jueves, 21 de junio de 2012

Justo y amante. Una aproximación a la misión del educador

En esta oportunidad quiero compartirles sobre un tema que considero muy importante para la vida misma. Y cuando digo la vida eso incluye nuestro ser y misión como docentes. Les propongo pensar y pensarnos como seres con una vocación, es decir con un llamado específico. Es oportuno recordar que la palabra vocación tiene un doble movimiento, implica una doble acción: llamar y escuchar y, aquel que escucha, es el que puede obedecer, es decir, llevar a cumplimiento aquello que considero es para mí una invitación. 

Nuestra vocación tiene que ver principalmente con el acompañamiento y para acompañar necesitamos disponernos a un otro que nos solicita. Este acto de entrega se dará gracias a un sentimiento y a una acción dominante: el amor y la justicia. 

Ahora bien, ¿En qué sentido tomo la palabra amor? como afirmación y promoción. Afirmación de mi mismo y de los demás y promoción del otro como otro, en su integridad. Esto implica de nuestra parte, mucha madurez, nos obliga abrirnos y muchas veces renunciar a nuestras propias debilidades, necesidades y deseos o preferencias.

¿En qué sentido ocupo la palabra justicia? Justicia como concreción del amor, ya que, el que ama busca la justicia. El amor se convierte en motor de la justicia. Aquello que nos mueve a realizar actos de justicia. La justicia hace posible, tanto para mí mismo como para los demás, ser respetados en la autonomía y libertad. Ella tiene que ver con la verdad. Verdad que pertenece a alguien y que no puede ser ocultada. Si me amas se justo conmigo. Procura darme lo que me corresponde, aquello que me pertenece, y eso que me pertenece es a lo que vos cosiderás fuiste llamado, es decir, acompáñame.

Recordando algunos pensadores como por ejemplo Erich Fromm y Benedicto XVI insisten en la necesitad de hacer una correcta interpretación del término amor, para ellos es bueno acudir a la etimología y esto nos refleja el espíritu o la esencia del vocablo en su más pura realidad.

Los mismos nos hacen ver que el vocablo “eros” y “ágape” (palabras griegas) no designan la misma realidad, se refieren a la experiencia del amor pero no del mismo tipo de amor. En esto se diferencian de nosotros, en nuestra cultura que para aclarar a qué tipo de amor nos referimos utilizamos la misma palabra agregando al final un compuesto, por ejemplo: amor de amigos, amor de padres a hijos, amor al estudio, amor de pareja, etc.

El amor eros está centrado en uno mismo, en mi propia satisfacción. Miro y considero al otro pero para mí. Responde a mis gustos y deseos. Tiene que ver con una cuestión de atracción física, nivel biológico y sexual. De aquí derivan las palabras erotismo y erótico con todas sus posibles variantes y usos.

Evidentemente el amor al que me estoy refiriendo cuando digo que el mismo se presenta como afirmación y promoción responde al amor como ágape, es decir a ese tipo de amor que tiene que ver con más con los intereses del otro que con los propios. Está centrada la atención en el ser amado. Se trata de una relación que implica entrega total y aceptación incondicional del otro sin dejar de ser yo mismo. Busco la realización del otro como otro. Respeto la libertad y autonomía del ser que amo. No lo busco para captarlo y ahogarlo en una relación egoísta que sólo busca la propia satisfacción.

Este amor es fiel y para ello debemos ser muy creativos, mucho más que cuando queremos ser infieles. La creatividad surgirá del ser que ama y se siente amado. Del ser que siente que su vida y la de los demás es un don, o sea una oportunidad para honrar la vida. Honrar la vida no es lo mismo que vivir simplemente la vida, pasar en este mundo sin penas ni glorias, eso puede llegar a ser nada más una forma de sobrevivir en esta vida. Honrar la vida es significarla llenarla de sentido. Responder a la pregunta sobre el sentido de mi propia vida y seguramente en la respuesta estarán también los otros.

El amor agápico nos lleva a buscar la justicia, tanto conmigo mismo y como con los demás. Hacer justicia conmigo mismo implica tomarnos el tiempo para conocernos y reconocernos y sólo desde ese momento podré saber qué me corresponde y, seguramente, aquello que me corresponde tiene que ver primeramente con mi propia identidad, es decir, saber quién soy.

No siempre comprendemos bien esta diferencia de vocablos y confundimos los mismos, esto lleva a una devirtuación y devaluación del sentido. Es por ello, que necesitamos replantearnos los auténticos significados de los términos y proponernos pensar y sentir el amor como una tarea, una actividad, una acción, una praxis en la cual los docentes somos protagonistas.

El amor es un arte, sin duda, se aprende con esfuerzo, dedicación, nadie nace amando, se hace amando. El docente puede hablar de un “nosotros” gracias al amor que lo mueve. Sólo podemos llegar a ser en la medida en que amamos. Necesitamos creernos capaces de ser amantes y esto nos llevará a buscar la justicia.

Queridos educadores busquemos la oportunidad de ser, es decir, de amar. No tengamos miedo de ser justos, juguémonos por la verdad que ella nos hará plenamente libre.

Prof. Alejandro Tomás Neris


Fuentes inspiradoras:

Benedicto XVI. “Deus cáritas est”.
Erich Fromm. “El arte de Amar”.
Joseph Guevaert. “El problema del hombre”.
Rubén Vasconi. “Perspectivas”.




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