miércoles, 14 de mayo de 2008

Breve historia de los Mapas

Aunque los mapas son hoy moneda corriente, hasta la irrupción de la imprenta constituyeron una rareza. Como los espejos, eran piezas exóticas y caras, raro privilegio de los reyes y los señores, tesoro inaccesible para el vulgo.

El invento de Jun Gutenberg revolucionó al mundo democratizando el conocimiento y los mapas pasaron a formar parte del tesoro cultural que comenzó a repartirse un poco más equitativamente entre todos. Sin embargo, aún eran muy diferentes de los actuales. Las convenciones de la representación eran fluctuantes y dejaban espacio para los desbordes de la imaginación. Los vientos eran representados por ángeles de mejillas hinchadas y los trazados reflejaban lo incierto del conocimiento geográfico. Los lugares ignorados del planeta eran reemplazados por territorios fantásticos poblados por amazonas y unicornios que hacían de los mapas obras que estaban a mitad de camino entre la voluntad de verdad y la creación artística.

En latín “mappa” no significa otra cosa que “pañuelo” en relación con los trozos de lienzo sobre los que se trazaron las primeras representaciones de la Tierra. Estos pañuelos, sin embargo, a veces fueron muy extensos. Tal es el caso de los primeros trazados cartográficos romanos que plasmaban caminos y posibles itinerarios de los ejércitos. Se los conoce como mapas de rollos y algunos alcanzaban extensiones verdaderamente significativas. De esos mapas han llegado hasta nosotros copias realizadas en la Edad Media, como la tabla de Peutinger, que registra el sistema de caminos del imperio desde España hasta Turquía.

Ptolomeo fue el padre de la cartografía matemática. Sus mapas, aunque muy distantes en el tiempo, ya que se remontan al siglo II de nuestra era, se asemejaban bastante en su concepción a los actuales, con las omisiones propias del desconocimiento geográfico de la época. Hasta el siglo XVI, por supuesto América no figuraba en los mapas europeos. El primer mapa impreso en el que aparece el continente recién descubierto, en efecto, data de 1506 y es una obra de Giovanni Contarini. En él Sudamérica aparece nombrada como Tierra de la Santa Cruz.

A Ptolomeo se debe, sin duda, el sutil enrejado de tela de araña que cubre actualmente las representaciones del mundo y que es el resultado del entrecruzamiento de meridianos y paralelos. Fue él quien trazó cada una de estas líneas observando la sombra que el sol proyectaba sobre la Tierra. El fruto de sus investigaciones y creaciones cartográficas fue reunido en su “Geografía”, obra que influyó notablemente sobre los cartógrafos islámicos y sobre los renacentistas a través de los cuales se proyectó a siglos posteriores, pero que no fue tenida en cuenta por los hacedores de mapas de la Edad Media.

El rigor de verdad que caracterizó a los sabios griegos fue prácticamente olvidado durante la Edad Media, y los mapas de construcción matemática no constituyeron una excepción a la regla. Jerusalén se convirtió en el centro de toda representación cartográfica y el Este fue el sitio reservado para el Paraíso. El resto de los lugares achicaron sus dimensiones reales para subordinarse a las representaciones del mundo dictadas por la fe. Los mapas se poblaron de escenas bíblicas y, paralelamente, de motivos paganos. Los más comunes son los llamados “de T en O”. Se trata de representaciones de la Tierra en la que ésta aparece rodeada por un mar circular (la O) y dividida en tres partes por una masa de aguas interiores en forma de T en el cruce de cuyos brazos se encontraba precisamente Jerusalén. En la parte superior se ubicaba Asia, en cuyo extremo oriental (arriba) aparecía el Paraíso; debajo a la izquierda, Europa y enfrente África. Por sus características fantasiosas, estos mapas no resultaron de utilidad a los navegantes, los que se veían obligados a manejarse con colecciones de notas personales sobre los trayectos entre puerto y puerto. Esas notas se basaban en observaciones astronómicas y reconocimientos de costa. Así nacieron las primeras cartas náuticas conocidas como “portulanas”. Por primera vez los territorios aparecen en escala y tienen indicaciones de puertos, ancladeros, cabos, arrecifes y peligros para la navegación. Aún habría que esperar hasta el siglo XVI, sin embargo, para que nacieran las grandes escuelas cartográficas. Venecia y Ámsterdam, se convirtieron en la partida de los mapas. Corría el siglo XVII y las representaciones del mundo, impresas en atractivos colores y muy ornamentadas, no sólo mostraban territorios sino que, además reseñaban gráficamente las características de sus habitantes., se trata de obras que están a mitad de camino entre la cartografía y la pintura y que atraen a un público todavía deslumbrado por las maravillas que hacía posibles la imprenta.

A partir del siglo XVIII, los mapas comienzan a asemejarse cada vez más a los que conocemos actualmente. Su valor utilitario empieza a imponerse sobre su valor artístico y se convierten en aliados incondicionales de los viajeros y herramienta de trabajo para la Geografía.

Versión para imprimir.

Licenciado Sergio Luis Alberto Páez
Titular de la Cátedra "Evolución del Pensamiento Geográfico"
Profesorado en Geografía
Instituto Superior "Antonio Ruiz de Montoya"

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