El cambio climático es un hecho
inequívoco y el hombre es el culpable en un 95% del calentamiento global. Esa
es la conclusión categórica del Panel Intergubernamental para el Cambio
Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) de las Naciones Unidas. Así lo
anunció a finales de 2013, cuando presentó su primer informe científico después
de siete años de estudios, análisis y elaboración.
El reporte conocido, como AR5, no
aporta grandes novedades con respecto al de 2007, cuando los investigadores
atribuían un 5% menos de la responsabilidad del cambio climático a los humanos
y pronosticaban un leve aumento de las temperaturas promedio global de cerca de
medio grado Celsius. Se sabía que desde 1950, los cambios en el sistema
climático no tuvieron precedentes en los últimos 1.400 años. Sin embargo, el
informe de 2013 arroja nuevas y certeras evidencias sobre la velocidad del
cambio climático y la agresividad de sus efectos: un mayor aumento de la
frecuencia de las oleadas de calor (tales como las vividas en la provincia de
Misiones y en gran parte del cono sudamericano), sequias, inundaciones e
incremento del nivel del mar. Y todo a un ritmo más acelerado. Ahora, han
constatado que las últimas tres décadas han sido más cálidas que las anteriores
en la superficie del planeta y más calientes que cualquier otro período desde
1850.
La causa principal: el coctel de gases de efecto invernadero que las
actividades humanas producen: la quema de combustibles fósiles (petróleo, carbón)
que despiden los vehículos, las fábricas, la deforestación y la explotación
agrícola masiva.
Armados con tecnología de punta y
última generación, los más de mil investigadores que colaboran en el estudio
tienen modelos climáticos más precisos y globales que contemplan muchas más
variables y requieren cálculos mucho más complejos. Eso ha alterado las
proyecciones de escenarios futuros. Los nuevos resultados demuestran que para
el año 2100 la temperatura subirá entre 1,5ºC y 4,5ºC (la estimación de 2007
era de 2 a 4,5ºC), el nivel del mar podría subir entre 26 y 82 centímetros a
finales del siglo (la estimación de 2007 era de 18 a 59 centímetros).
Los científicos estiman que los
fenómenos climáticos conocidos como “tormentas del siglo” impactarán la Tierra
cada veinte años o incluso menos. Eso significa que los tornados categoría
cinco como el que azotó Moore (Oklahoma), huracanes como Sandy o Katrina y
tifones como Haiyán, que ocasionó devastadoras y fatales inundaciones en
Filipinas en noviembre del año pasado, serán cada vez más comunes, en
frecuencia y fuerza.
En este sentido en la Argentina
deberíamos estar atentos ante la aparición – cada vez más seguida- de tormentas
severas, con grandes descargas eléctricas y de otros eventos meteorológicos con características similares.
Es importante recordar que las olas de frio
polar que afectaron a Canadá y a los Estados Unidos con temperaturas históricas
(en la ciudad de Chicago se registró -54ºC) también están asociadas al cambio
climático y a un nuevo patrón de comportamiento de las masas de aire y de la
circulación de los vientos. La masa de aire polar llegó a ser tan potente que afectó
a varios países de Centroamérica, inclusive a la región del Caribe con una disminución
de la temperatura (algo extraño en estas latitudes) y lluvias y tormentas en
plena estación seca. Estos efectos se sintieron desde La Florida, hasta Cuba y
Roatán en Honduras.
Aún cuando las evidencias
científicas del cambio climático son más contundentes hoy que hace una década y
la necesidad de disminuir la contaminación que causamos es inminente, el mundo
parece no estar de acuerdo en cómo cambiar el rumbo de las cosas. Eso quedó
constatado una vez más cuando doscientos países de la Conferencia del Clima de
las Naciones Unidas se reunieron en Varsovia (Polonia) a finales de 2013 en la
COP19. La palabra “compromiso” fue la gran ausente del evento; en su defecto,
las delegaciones hablaron de “contribuciones” con respecto al clima.
El mayor punto de discordia sigue
siendo que los países desarrollados industrializados no quieren asumir su
responsabilidad histórica en cuanto a la contaminación y el consecuente cambio
climático, pero sí pretenden que las potencias emergentes del mundo en
desarrollo asuman compromisos y limiten su crecimiento.
La única medida concreta que
surgió de la COP19 fue un acuerdo que incluye nuevos mecanismos para proteger
los bosques tropicales, dada su capacidad de absorber dióxido de carbono. Otra
vez queda pendiente el “como” de dichos mecanismos, al igual que la cuestión de
la financiación a largo plazo de medidas contra el cambio climático, con un
llamamiento a los países desarrollados para alcanzar la movilización de 100.000
millones de dólares para 2020 a partir de fondos públicos y privados. La saga
climática continúa.
Lic. Sergio Páez
Dpto. de Geografía - ISARM
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